8/5/18

Mayo 1968 - Poesia - Ferran Aisa


DOS POEMAS DE FERRAN AISA EN EL 50 ANIVERSARIO

DE MAYO DE 1968



EN EL METRO DE PARÍS



Los grandes bulevares se pierden de punta a punta de ese París

que tengo en mis manos, y sin remedio en las tripas de ese gigante

baten sus palmas los corazones resfriados. Ríos de acero,

canales antidiluvianos roen las entrañas sin pisar el suelo.

A veces se oye el arroyo de los pájaros que quizá emigraron

hacia otros puertos. La oquedad seria de los pasajeros

remonta los sueños hacia los mares, hacia las playas

que murmuran tan lejos. Las máquinas perforan los túneles

subterráneos y los obreros se tiznan de negro el pelo

y su piel se arruga ante el paso del tiempo en el subsuelo.

Las ratas orgullosamente corretean libremente por el vientre de París.

La gran pasión del hombre se cumple día a día, perforar y perforar

hasta que la sangre brote de las mismas entrañas y como cualquier mujer

pariendo dé al mundo una nueva luz. Los mutilados de guerra,

patrióticamente, lucen sus medallas, ¿qué importa la desmembración

de sus miembros?  El gran París está en el subsuelo,

la gente no conoce París, sólo su metro que, como una lombriz,

se arrastra… por l’Etoile, la Concorde, las Tuilleries, el Palais Royal,

el boulevard Saint-Michel, el Louvre... ¡Oh, París!

Ande perdido por tus entrañas de lobo feroz, pero de cariz romántico,

sentimental, como los preludios de Chopin y audaz cual cantos de Maldoror.

Los perros ladraban y los gatos ronroneaban deseosos de ser escuchados

por los mandarines de la civilización occidental, casi como quien pide a gritos: 

-dejadnos viajar en el metro!... Los estudiantes, por su parte, clamaban:

-Basta de tomar el metro, tomamos el poder… -Prohibido prohibir

gritaban las paredes de la Sorbonne...

Los burgueses y los parias cogidos de la mano atraviesan las amplias avenidas

del pacto social. La revolución de mayo ya queda lejos y, sin remordimientos

de conciencia, se introducen en esas bocas traga personas que llevan

hasta el centro geométrico de París. ¿Dónde están los revolucionarios que se batieron

en un mayo florido por la libertad? ¿Quizá bajo tierra en el caballo de hierro

que atraviesa la ciudad? El metro corre como una flecha de un lado al otro de París.
Norte-sur, este-oeste transportando blancos y negros. Negros con parientes

en el Senegal, algún pied-noir, argelinos rebeldes, marroquíes, turcos, asiáticos,

turistas y gentes de todos los exilios... Pero si hubo una vez un mayo que ardió,

¿dónde están los espejos que se quebraron? ¿Y que queda del sueño
de aquellos adoquines debajo de los cuales estaba la playa?

La utopía se fuma un canutillo de marihuana en el andén para estar a tono

con la historia... Ahora el metro sube a la superficie y cruza el Sena por un puente.





LA SOMBRA DE ERNESTO CHE GUEVARA EN EL BARRIO LATINO



El halcón que atraviesa París de norte a sur lleva en su pelo la llave de la ciudad

y cual paloma mensajera agita su mensaje tal vez de amor o de rabia,

para depositarla sobre la cruz, pero la fe se desliza por los bolsillos

agujereados de un soñador de vuelos rasos...

¿Dónde quedó el espíritu revolucionario engendrado en un festivo mes de mayo?

Los países latinos iban al encuentro de la verdad con la faz, intelectual,

humana y dejada de Ernesto Che Guevara, La sombra del guerrillero presidió

la mente estudiantil, verdad que sí, de los días de mayo, con las barricadas

y las canciones y los corazones de los jóvenes del sesenta y ocho.

Con las banderas rojas, con las banderas negras.
Por las calles y las plazas de París, desde la Sorbona, desde las fábricas,
desde la vida por la vida. Las barricadas

que cerraban la calle se abrían al futuro...

-El Che ha muerto, ¡viva el Che!, proclaman las paredes del barrio Latino,

y los idealistas y los revolucionarios veían (y ven) en él al signo continuo

de la rebelión y de la revolución de nuestros tiempos.

Por los barrios de ese París latino las boinas guevaristas lucen en las cabezas

de los gauchistas venidos de aquí y de allá, de todos los exilios,
de todas las derrotas, incluso García Márquez pernocta en Macondo
desde la álgida Europa, pero pensando siempre en su América latina
y en los cien años de soledad. Desde la azotea alguien clama:
-Atención, ¡la revolución no ha muerto!
(por cierto, se trata de un viejo anarquista español llamado Cipriano Mera).
-Hagamos de nuestros sueños realidades, escupe una pared
del boulevard Saint Michel. Pero mayo -poco a poco- se aleja

y su espíritu se difumina como agua de borrajas.
Ernesto Che Guevara sólo es un póster viejo de venta
en cualquier kiosco del Sena.

Ferran Aisa-Pàmpols (Barcelona, mayo 2018)





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